La toma de conciencia de los límites del poder es signo de cierta madurez. No pocos tratamientos inadecuados del tema del poder, todos aquellos que ignoran la distinción entre poder y autoridad, parecen que hunden sus raíces en una concepción contraria, infantiloide, de esa compleja realidad. Suelen partir del supuesto implícito de que el poder representa la capacidad de una persona para configurar la realidad del modo que más le guste, que mejor satisfaga sus deseos. Y así el poder, si es lo suficientemente grande, lo puede todo.